domingo, 10 de julio de 2011

La transformación de un activista.

Andrés Ignacio Rivera Duarte


Andrés Ignacio Rivera Duarte dice haber nacido dos veces: cuando fue dado a luz por su madre y cuando obtuvo reconocimiento legal de su identidad de género.
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El 27 de enero de 1964, en una zona rural de Chile, María Georgina Rivera Duarte vería la vida en una familia compuesta por un amoroso matrimonio de demócratas cristianos, y dos hermanos que esperaban la llegada de la niña de la familia. Fue recibida “en gloria y majestad”, dice hoy Andrés, su nueva identidad.
La madre era ama de casa y el padre, trabajador de las oficinas de impuestos, un incansable funcionario público que por su cargo fue frecuentemente trasladado a diferentes zonas del país.
Uno de esos viajes llevó a la familia Rivera Duarte a Pichilemu, ciudad costera de Chile en donde María Georgina inició su enseñanza básica. Sus padres, procurando la mejor educación, la ingresaron en una institución de monjas. Allí empezó a despertarse una sensación de inconformismo: sentía que no era niña. Era muy inquieta y la relación con sus compañeras era brusca, “en parte porque era el único hombre encubierto”, dice Andrés con una sonrisa.
En una ocasión, cuando tenía cuatro años y siguiendo los cánones institucionales, le enviaron con vestido al colegio. Cuando llegó a su casa, incómoda y molesta, enhebró una aguja y comenzó a coser la falda por la mitad. Su abuela al verla le preguntó qué hacía. Ella respondió: “No quiero una falda, quiero un pantalón”. La abuela le ayudó a terminar de coser el vestido, sin preguntar más.
Comenzó a asistir a clases con su pantalón hechizo. Sus conflictos de identidad aumentaban cada día, pues no cumplía con los modelos femeninos. “Mientras me regalaban jueguitos de tacitas y cocina, a mi hermano le daban pista eléctrica de trenes o autos. Eso era lo que yo quería tener”.
Para 1973 iniciaría la dictadura de Augusto Pinochet. La convicción democrática y de izquierda le valió a la familia Rivera Duarte represalias. El padre fue trasladado y finalmente llamado a retiro por cuenta de su afiliación política. En medio de la crisis María Georgina ingresó a un colegio mixto donde se sentía más cómoda. Desde ese momento se afiliaría a las juventudes de la democracia cristiana, donde impulsaría el movimiento “No contra la dictadura pinochetista”.
Adquirió un liderazgo político en el cual se refugió. Las reuniones subrepticias y la necesidad de permanecer ocultos, hacían que María Georgina pudiera refugiar su verdadera identidad en una relación con la sociedad que se limitaba a lo político.
En la juventud llegó la hora de escoger una formación universitaria. Consciente de la discriminación social por su condición, pensó en optar por la carrera que le generara la menor exposición posible. “Los niños te quieren o te odian, pero no por cómo te vistes, ni por cómo hablas o caminas, sino por cómo eres como ser humano”. Eso la llevó a estudiar educación parvularia. Se esforzaba en ser la mejor estudiante. “Eso me protegía lo masculino que era”. Rápidamente fue llamada a dictar cátedra.
A los 22 años la presión social la llevó a salir con un amigo. Nadie sospechaba que su novio era realmente homosexual. De esa forma ambos eludían los juicios. “Cuando salíamos juntos era chistoso porque él miraba hombres y yo  mujeres”, dice entre risas.
Bajo esa “fachada” constituyó una empresa de consultorías de proyectos que tuvo un amplio reconocimiento en la región. A esas alturas, ni en Chile ni en América se discutía el tema de la transexualidad. Era un fenómeno más que segregado, inexistente. En ese contexto, comenzó a investigar de la mano de una psicóloga. Así se encontró con un texto en inglés que relataba la historia de una mujer que había hecho el tránsito hacia la transexualidad. “Yo soy esto, esto es lo mío, ¡esta es mi verdad! Estaba eufórico porque a los 30 años había descubierto lo que era”.
Desde ese momento, luego de algunas evaluaciones psicológicas, comenzó a informarse más y a indagar sobre intervenciones quirúrgicas que pudiera practicarse. En 2002 su padre falleció entre sus brazos luego de agonizar a causa de un cáncer. “Me enfrenté a la muerte y me di cuenta de que al anularme me estaba matando en vida”.
Fue esta situación la que la llevó a iniciar una transformación física. En octubre de 2002 se practicó la mastectomía (extirpación quirúrgica de las mamas). “Eso fue liberador”, dice con voz de alivio. Su primera experiencia fue en la playa, de donde se había aislado por años porque le repelía la idea de ocultar y al mismo tiempo exhibir sus senos: “Un día de invierno, cuando me dieron el alta, yo era el único que me estaba bañando. Todo el mundo estaba entumido, pero yo era casi un delfín en el mar. En esa agua que me había sido esquiva por tantos años”.
Luego vino la extracción de su útero, ovarios y trompas. Comenzó un programa de tratamientos hormonales que le dejó secuelas en su salud, pero que reestructuró su masa corporal y cambió ciertos rasgos de su rostro.
Todos estos cambios físicos, sin embargo, no generaron cambios sociales tan fuertes como el que ocurriría a sus 38 años, cuando decidió participar en un programa de televisión de amplia difusión que tocaba temas médicos. “Llegamos a un acuerdo. Mi cara no salía al aire, las grabaciones eran del cuello hacia abajo”. A los pocos minutos de la transmisión, comenzaron a entrar llamadas a sus teléfonos. Lo habían reconocido por su voz y sus gestos. “A esas alturas, negarlo era absurdo. Dije: ‘Sí, yo soy’”.
Ese hecho tuvo muchos impactos en su vida. “Cometí el error de no hablar con mi familia antes. Debí haber conversado con ellos”. Su núcleo cercano no reaccionó bien. Su empresa fue expulsada de las instancias gubernamentales en las que participaba. Sin empleo, consumió sus ahorros y comenzó a vender sus pertenencias. De vivir en una casa pasó a arrendar una modesta habitación, pero el dinero se agotó. Por meses tuvo que recoger comida en las calles.
Esto lo sumió en una crisis profunda, cayó en el alcoholismo y tuvo un intento de suicidio. Desde ese momento y durante tres años recibió atención psicológica y psiquiátrica. “En ese periodo conocí la miseria humana y no era la mía. Fue una experiencia fuerte, pero muy alimentadora para lo que soy hoy. Vivir límites así te enseña. Y cuando te paras, lo haces con una mirada diferente. Eso me pasó y lo agradezco”.
Todas estas experiencias propiciaron el acercamiento de muchas personas que estaban viviendo la misma realidad. En el edificio que habitaba, cinco transexuales y otras diez personas solidarias de su causa decidieron conformar una organización. En 2005 se constituyó la Organización de Transexuales por la Dignidad de la Diversidad.
Su vida comenzó a cambiar. En 2006 Andrés se hizo novio de Rosa Carolina, una mujer de 29 años que se había divorciado de un esposo maltratador con quien había concebido dos niños. El proceso de aceptación de la relación fue difícil. Rosa Carolina sufrió la lejanía de su familia y el cuestionamiento social. Tuvo que enfrentarse a un pleito por la custodia de sus hijos, porque su padre biológico consideraba que estar en presencia de Andrés era un mal ejemplo.
Andrés cuenta que, más allá del prejuicio social, una de las pruebas más duras que tuvo que enfrentar fue hablar de su orientación con los hijos de Rosa. La sugerencia de la psiquiatra había sido tratar el asunto abiertamente. “Les dije a los niños: ‘Miren, tengo que hablar con ustedes de un tema personal’. Entonces uno de ellos me respondió: ‘¿Qué es lo que tienes que hablar con nosotros? Sobre por qué usas billetera de hombre, zapatos de hombre y por qué te cortas el pelo como hombre, y en tu casa hay perfumes de hombre’. Los niños sabían todo. Entonces les dije: ‘Sí, lo que pasa es que yo soy más hombre’. Y ellos me contestaron: ‘Bueno, pero si eso ya lo sabíamos’ ”. En ese momento les anunció que estaba iniciando un proceso legal para cambiarse de nombre.
Aún sin operación de readecuación sexual (todavía con órganos sexuales femeninos) en el año 2007 Andrés obtuvo legalmente su cambio de nombre y de sexo después de un complicado proceso judicial. “En mi caso demostré que psicológicamente soy hombre, que lo más importante es cómo es el ser humano, no los genitales que tiene, ni cuánto miden”.
Bajo su nueva identidad legal el 12 de enero de 2008 contrajo matrimonio con Rosa. Sus niños se han desarrollado con un criterio especial: discuten las noticias, rebaten a los profesores con argumentos y saben que “cómo son las personas físicamente no tiene relación con lo que son realmente”.
Así, Andrés ha logrado nacer por segunda vez, dirige la organización de Transexuales por la Dignidad de la Diversidad (a finales de 2010 conformada por 110 personas), y diariamente lucha por lograr una sociedad incluyente y respetuosa en la que, en sus palabras, “todas las personas seamos plenamente humanas”. Después de este proceso se considera una persona feliz. “He ganado fe y fuerza en mí. Creo en mí. En lo que he construido y en lo que soy ahora”. Desde Rancagua, sueña con dedicar hasta su último respiro a la construcción de la sociedad que anhela. En su vejez se ve tomado de la mano de su esposa, bebiendo un buen vino chileno.
Violencia contra comunidad LGBTTTI, a debate
La organización de transexuales por la Dignidad de la Diversidad, que dirige el chileno Andrés Ignacio Rivera Duarte, estuvo presente en la Coalición de organizaciones LGBTTTI (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Travestis, Transexuales, Transgénero e Intersex) de América Latina y el Caribe, conformada por grupos de más de 20 países y celebrada el mes pasado en San Salvador.
Uno de los principales temas discutidos en este encuentro fue la necesidad de seguridad de esta población, afectada por la violencia y los crímenes por la homofobia, lesbofobia y  especialmente la transfobia, según hace referencia un documento oficial del encuentro.
“Cada año miles de niños y adolescentes en la región son expulsados de sus hogares por razón de su orientación sexual o su identidad y expresión de género. Son víctimas de agresiones (...), son excluidos del sistema educativo, del acceso a un trabajo digno, a la salud, a la seguridad social”, denunció la Coalición.

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